viernes, 19 de febrero de 2016

EL COMPADRE Y LA COMADRE

La tarde caía y dos almas se susurraban cosas al oído, por entre los matorrales, por entre los espinos y algarrobos de los campos, muy lejos de la gente, muy lejos de la vista de sus familiares y amigos. Ellos se refugiaban al atardecer muy cerca de una empinada de un cerro que les servía como mirador, mientras se surtían de besos y caricias, tan solo con la voz del viento y la mirada del sol, la luna y las estrellas. Ahí se llenaban de  amor mutuo, de aquel  amor prohibido; ya que aquella pareja tenían una relación de compadrazgo solamente y que poco a poco se tornó en un amor apasionado, que incluso desafiaba y rompía con todas las leyes que regían las personas muy vinculadas a tener una vida bien estructurada e integra moralmente.


En aquellos años en la hacienda “Tulape” (Roma), los pobladores vivían al abrigo de los hacendados y las órdenes de los capataces. Ellos pasaban sus vidas orientadas en el trabajo duro y las buenas costumbres. Pero aquellos seres que  a escondidas se aman en secreto, sin que nadie perturbe sus encuentro amorosos por miedo al escándalo y la vergüenza de sus familias. Muy lejos, daban rienda suelta a sus bajos instintos, sin que nadie los moleste, sin que nadie perturbe sus encuentros amorosos.


Ellos pasaban sus tardes entre caricias y besos. Desnudos entre los matorrales, acostados entre los pastos de lo juncos de las acequias y cañaverales. Ahí se aman ocultos entre las hierbas y árboles, entre los rocosos pasajes de los cerros y piedras, que daban refugio en el morir del día. Sus encuentros fugaces mantenían un ritmo en que nadie se de cuenta,  y llegaban así a sus casas, sin que nadie sepa de la doble vida que llevaban los compadres.


Pero un día cuando ellos se disponían a seguir con sus encuentros pecaminosos en medio del campo en aquel cerro. Una entidad de la naturaleza los convierto en piedra, como castigo a su pecado, en el mismo sitio donde sus vistas se encontraban al crepúsculo de la tarde, dejándolos inmortalizados en aquel rocoso lugar. Este mito también cuenta, que si pasas por aquel cerro a las doce de la noche, también llevarás el mismo destino que los compadres.

Mauricio Lozano

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