martes, 3 de noviembre de 2015

EL POZO DE DON JUAN





Don Juan, un paijanero que se dedicaba a la extracción de objetos antiguos que se guardan celosamente en las huacas dejadas en el tiempo por las tribus antecesoras al imperio incaico. Y donde eran en otro tiempo, asentamientos o templos  que pertenecían  antiguamente a los pobladores del Valle de Chicama. Siempre andaba tras aquellos  lugares en busca de piezas de oro y donde podría haber objetos de gran valor, y siempre profanando aquellos yacimientos, con su compañía de trabajadores adoradores también de aquellas piezas de oro o de algún otro material altamente cotizado por los historiadores del Perú antiguo.


Aquel huaquero, había escuchado de un extraño suceso que diariamente acontece en un lugar denominado como “Cerro Campana”. Un extraño evento suscita al final de la tarde, justamente en el ocaso en ese lugar. Muchos que transitaban el lugar a esas horas, divisaban un gran objeto dorado que salía desde los cimientos de aquel cerro y que cuando aquellos transeúntes iban tras aquel tan valioso tesoro. Simplemente se desvanecía cuando ya casi lo tenían en la mira, muy cerca de ellos.


Pero un día, aquel aventurero hombre (don juan), realiza una expedición hacia el Cerro Campana, ya que algunos de sus camaradas de excavación, le advierte de un posible lugar donde aquel objeto tan preciado, podría estar oculto, y que solo el ocaso dejaba ver por el resplandor de los últimos rayos de sol. Don Juan, decidido, emprender rumbo con todos sus materiales de trabajo y sus hombres, para poder por fin, apoderarse de aquel mítico objeto que tenía la forma justamente de una Campana, y había acabado incluso, con la codicia de algunos hombres que lo quisieron, dejándolos inmersos en una locura mortal por su posesión.


Llegó el día y todo estaba listo. Llegaron al pie del cerro y un torbellino de arena les dio la bienvenida. Subieron un tramo, se colocaron en un lugar para poder esperar el ocaso y divisar aquel adorado objeto. Don juan, preparó todo para cuando llegue esa hora, y excavar lo más rápido que puedan antes que la noche caiga y sea más difícil su búsqueda.


De repente, mágicamente, divisan al objeto que salía desde los cimientos del cerro, y atónitos se quedaron mirando los excavadores, incluido Don Juan que sacudiéndose la cabeza para despertar de su asombro, da marcha a la operación de ir por el valioso tesoro. Rápidamente sus obreros, con palas y picos van donde vieron salir al gran dorado artefacto, que al parecer moría  junto con el ocaso.


Excavaron lo más rápido que pudieron, pero no llegaban a hallar el valioso botín. Ya muy cansados por el trajín de cavar y cavar sin encontrar nada, ya recorrido varios metros de profundidad. Pararon su trabajo, dejándolos muy exhaustos y con la noche encima. Don Juan rendido también por la búsqueda de su obsesionado tesoro, para y emprende su regreso a su poblado, con todo lo que había traído consigo. Dejando únicamente en aquel cerro, un gran foso que hasta ahora lleva su nombre: “ El pozo de Don Juan”.

Mauricio Lozano

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