miércoles, 27 de enero de 2016

EL CERDO DE ORO

Naturaleza encantada se vivía en el Valle de Chicama hace muchos años. Este relato nos lleva muy atrás en el tiempo, donde antiguamente en el poblado de Paiján, no existía la luz eléctrica y a partir de las seis de la tarde, toda persona que pasebaa por la penumbra  a esas horas, era de costumbre que se cruzase con algunos seres salidos de las más terroríficas pesadillas.  
En aquellos años, los pobladores  se las  ingeniaban para alumbrar sus hogares con luz de lámparas, velas, faros, mechas de kerosene y cuanta luz incandescente puedan crear con algún combustible y fuego para poder así ahuyentar a aquellos espíritus atormentados por las desdicha de haber muerto en malos actos de horror humano.


Las seis de tarde, es la hora de todas la criaturas de la noche en esos días.  A esta hora nadie podía salir más allá después que la luz del sol llegaba a ocultarse y nadie podía pasear sin luz en las calles, porque podía encontrarse por el camino, con alguna ánima o condenado de origen maligno, por las oscuras calles de esta ciudad.


Los hombres dueños de casa, salían por necesidad laboral hasta horas muy altas de la noche, y siempre muy acompañados de cuanto amuleto o brebaje a base de cañazo y algún otro insumo que ayudaba a contrarrestar el frío de la medianoche, y también el susto de la mala hora.  Aquellas personas se enfrentaban a cuanta entidad maligna que se les presentaba. Salían a regar sus campos en las noches, salían a resguardar sus animales entre las luces de la luna y las estrellas. Siempre con algún faro y bien acompañados por su perros guardianes.


Pero un día sucede que unos campesinos que llevaban un grupo de vacas por una calle de bajada que se dirige a la parte central del pueblo. Vieron por uno de los puentes, un cerdo muy enorme que estaba avanzado con su crías y se dirigía  a la plaza principal de esta urbe. Aquellos campesinos optaron por seguirlos apresuradamente, dando latigazos a sus vacas para que también apuren su paso y avanzar tras los pasos del cerdo y sus cerditos. Cuando ya estando ellos en la plaza principal, vieron que aquellos animales se sumergían en la pileta que ahí estaba antiguamente, y mientras se hundían en las aguas de aquella pileta, su piel se tornaba de un color dorado, desapareciendo aquella bestia y sus crías entre las aguas sin dejar ningún rastro ni huella. Alarmados por lo que acababan de presenciar sus ojos aquellos pobladores, avisaron a todos los vecinos que vivían en las casas que rodeaban la plaza.


Uno de los pobladores ya muy anciano, contó a los campesino, que lo que acababan de presenciar sus ojos; fue ni nada más ni nada menos que el encantamiento de un tesoro que fue enterrado ahí debajo de la plaza principal ya hace muchos años por los antiguos moradores de Paiján, y que los cerdos señalaban de vez en cuando la ubicación exacta del tesoro, cuando la luna está llena  y  el día había muerto con el canto de una gallareta en algún lejano lagunar muy cerca del mar del Malabrigo.


Mauricio Lozano

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