domingo, 27 de septiembre de 2015

LOS DUENDES DEL CEREZO

En Paijan, hace muchos años. La gente que se dedicaba al rubro de la agricultura, experimentaba en sus travesías por sus extensos campos. Situaciones relacionados con eventos misteriosos, que difícilmente tienen una comprensión coherente hasta ahora de lo que pudo haber ocurrido. Ellos, cuando recorrían sus campos en afán de mantener el terreno en buen estado. Siempre eran sorprendidos en medio de la noche y en algunos casos la conmoción por el encuentro con lo desconocido era tan intenso, que el individuo quedaba incapacitado mentalmente por un corto periodo.


Es de costumbre que el agua para regar las enormes hectáreas de tierra, es turnada por una asociación encargada de la administración de los pasos del agua en horas establecidas de mayor caudal.


Aquellas faenas de riego, son muchas veces aleatorias y no tienen un horario fijo y a veces suelen darse en altas horas de la noche y también en horas de la madrugada. Donde ocurre un sin número de situaciones allegadas a actividad paranormal.


Este relato es uno más de aquellos que nos envuelven en la magia de este gran valle, y este caso, particularmente,  fue muy difundido por los pobladores de Paijan; ya que es uno de los tantos de esta hermosa tierra, tierra de leyendas, tierra de caballos de paso y las cuatro Marías.


Cuenta un poblador muy anciano esta historia…


Una fría noche de un  mes de octubre, después cenar. Don Carmelo, un hombre que vivía felizmente en una finca, que por sobrenombre tenía el del “Cerezo”.
Iba como de costumbre tan solo con su linterna en mano y su palana, a un lugar de sus tierras donde él había sembrado  hace mucho tiempo unos pequeños árboles de cerezo.
Espero toda la noche al encargado de hacer el respectivo paso de agua para sus tierras, en una pequeña choza que él había pre-fabricado para pernoctar su noches de riego.


La luna brillaba con gran resplandor en la noche, y las lechuzas dan sus gritos habituales en la penumbra. Don Carmelo daba sus recorridos con sus linternas por sus árboles de cerezo, abriendo las acequias de yerbas malas y cuanto escombro natural interrumpiera el paso del agua. De pronto su atención fue llamada por unas pequeñas risas que se escuchaban entre la oscuridad de la noche, y chapoteos en un pequeño tramo de la acequia, que también se escuchan entre el silencio y la penumbra. Eran como risas de niños que jugaban muy alegremente en el agua, que corría con tranquilidad y que la luz de la luna dejaba su reflejo mientras los árboles dormían en silencio. Al acercarse más para que pueda ver de lo que se trataba. El desconcierto se reflejó en los ojos de aquel hombre.
Lo que pudo ver en ese instante, fue  un pequeño grupito de niños rubios, desnudos y con rasgos de antigüedad en el rostro, como si fueran ancianos. Don Carmelo al ver tal puesta escénica, que lo llenó de espanto, salió despavorido del lugar.


Al llegar a su casa, pudo contar a su esposa, lo que le había ocurrido en su huerta de cerezos. Y tranquilizado por un brebaje que su señora le había preparado inmediatamente. Pudieron deducir ellos que se había tratado de unos traviesos duendes que solo lo querían asustar en aquella huerta.


Mauricio Lozano

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