miércoles, 14 de octubre de 2015

EL CALLEJON DEL DIABLO



En Paijan no hace mucho tiempo existía un callejón que conectaba al pueblo con las chacras, y se cuenta que eventos muy extraños sucedían en ese lugar durante el ocaso, para ser más exacto, a las seis de la tarde, cuando el sol se empequeñece y da paso a la noche.


Los transeúntes que repentinamente llegaba al callejon a esa hora, corría muy aparatosamente, divisando al sol que se ocultaba y  el miedo que los abrazaba por quedar en medio de la oscuridad, atravesando el callejón. Y muchas veces vociferando en su recorrido a esa hora, con la frase: “Corran, que a las seis de la tarde, a aquí sale el Diablo”.


Desde mucho tiempo, eso se veía todos los días por aquel lugar, a esa hora, y nadie se atrevía a quedarse en ese sitio por el temor que se había difundido en toda la población, acerca de la aparición del demonio, en aquel callejón. Muchos decían que habían sido sorprendidos por el príncipe de las tinieblas, ahí en ese mismo lugar, ahí a las seis de la tarde exactamente, su hora favorita  de presentarse ante los incautos transeúntes.


Un día, uno de los pobladores que marchaba a su hogar y justamente tenía que pasar por ahí, por aquel pasaje. Quiso desafiar a aquel demonio que se atrevía a espantar  a aquellos que transitaban dicha travesía. Para eso antes, fue por algo de vino a una pequeña tienda que quedaba en medio de su camino habitual antes de llegar al callejón. Este hombre era uno de aquellos que poco miedo pasaba ante cualquier cosa que se le presentase, y siempre iba armado con su escopeta en el hombro.


Antes de pasar por el callejón, espero al sol que este en el punto exacto donde se decía que la presencia del demonio se manifiesta para hacer sus maldades en aquella callejuela. Bebió el vino que había comprado, y ya estando en medio del callejón con las tiemblas que lo rodeaban; de repente apareció algo delante de él. Eran un espectro que desde la poca distancia en que él estaba, lo divisaba muy alto y totalmente de negro, que a primera vista sintió que el corazón que se le quebraba y la piel se le erizaba, pero estaba tan bebido que no hizo mayor caso a su conmocionado cuerpo, y solo con su atontada y atrevida mente, se atrevió a encarar a aquel espantoso y diabólico ente.


De repente muy temerario por efectos del alcohol, aquel bebido hombre apuntando directamente a aquel demonio con su escopeta, dio un tiro al aire y de las tinieblas se escuchó una voz.


— ¡No dispare!
— ¿No eres un demonio? —dijo el borracho.
— ¡No señor, solo soy un campesino que le gusta hacer bromas a la gente!
— ¡No me gustan las bromas, y más de ese tipo, así que márchate y nunca más vuelvas por aquí a estas horas! —dijo el ebrio hombre con su aguardentosa voz.
— ¡Está bien, pero déjeme vivir, no me dispare… por favor!
— ¡Sí, vete, lárgate de aquí!—le dijo el bebido hombre, apuntándole con su escopeta.


Aquel demonio que  se aparecía al transeúnte del callejón, no era ni nada más y nada menos, que un campesino que les jugaba bromas a los pasaban a esas horas, vestido completamente de negro. Y así espantaba a la gente con esa vestimenta, para que los sorprendidos dejaran sus cosas por el susto de ver frente a ellos al mismísimo Diablo. Pero que desde ese día que se encontró con aquel alcoholizado hombre, nunca más volvió hacer sus fechorías, ni espantar a la gente con su mal intencionado disfraz.

Mauricio Lozano

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